Miserias Literarias

Desgranando el agusanado mundillo editorial

21 marzo 2007

Correctores de estilo

Ante la evidente confusión que suele causar entre algunas personas el ejercicio de esta noble y poco reconocida profesión, quizá convendría comenzar matizando lo que un corrector de estilo no es. Un corrector de estilo no es un profesional dedicado a susurrarle al oído al escritor cómo y de qué manera debe redactar sus textos para que estos sean mejores o más hermosos. Tampoco es un profesional que reescribe páginas y páginas tratando de embellecer la prosa empleada por un autor con el fin de mejorar el estilo de sus textos. Aunque haya mucha gente que crea que su labor es esa.

Un corrector de estilo, a diferencia del corrector de pruebas que se encarga de los aspectos tipográficos de un texto —y aunque, en numerosas ocasiones, las dos figuras se reúnan en una sola y única persona—, es un profesional dedicado esencialmente a pulir y limar aquellos aspectos sintácticos y gramaticales que, sin ser errores desde un punto de vista ortográfico, afectan al estilo y que desvirtúan y actúan en detrimento del aspecto formal de la obra: pleonasmos, aliteraciones, fallos de concordancia, ambigüedades, aliteraciones…

Normalmente un profano suele preguntarse por qué un escritor —o alguien que se precie de serlo— debería precisar la ayuda de un corrector de estilo. Por qué alguien al que se le supone versado en lo que hace y dotado de unos dones y cualidades inherentes a su desarrollo profesional requiere de la ayuda de otra persona que pula y revise su trabajo. La respuesta es obvia y sencilla y podría resumirse en un viejo dicho popular: porque «cuatro ojos ven más que dos».

La ayuda de un corrector de estilo resulta imprescindible para llevar a buen término la redacción de un texto puesto que una de las grandes verdades del oficio de escribir podría resumirse en una única sentencia: no hay peor corrector para un texto que su propio autor. Máxime teniendo en cuenta que de una falta ortográfica es más o menos sencillo darse cuenta pero es mucho más complicado hacerse consciente de una incongruencia estilística. Al margen de la mejor o peor calidad literaria del autor, todos solemos recurrir a muletillas y apoyos de los que no siempre somos conscientes, más aún si, durante ese proceso, estamos pendientes de otras cincuenta cuestiones (personajes, tramas, desarrollo, ritmo narrativo…). Expresiones como «subir para arriba», «bajar para abajo» o «gran cochazo» no son incorrectas desde una perspectiva gramatical pero sí deplorables desde un punto de vista estilístico. Y su inadvertido uso, sin ser un pecado mortal, debería ser corregido y enmendado sin ninguna duda.

Por otro lado, el llevar a buen puerto la creación de una obra literaria es, al fin y al cabo, una tarea ardua y extensa pero sobre todo viva. Un trabajo de larga duración que muda y cambia a lo largo del prolongado lapso de tiempo en el que se desarrolla (meses e incluso años). Durante ese proceso, el autor, más preocupado de insuflar vida a sus textos y personajes, suele descuidar algunos parámetros relativos al propio aspecto formal. Y no siempre por desconocimiento o desidia profesional. Un texto literario se altera, se modifica durante su creación. Sobre la marcha se introducen retoques, nuevas tramas y argumentos y las escenas cambian de lugar. Eso provoca que, en ocasiones, queden frases deslavazadas, situaciones aisladas de su contexto original, planteamientos viudos. Uno de los personajes puede ser inicialmente un jardinero y meses después decidimos que sea chofer porque conviene mejor para nuestros fines argumentales. Para ello, revisamos todo y hacemos los cambios pertinentes pero resulta que en una de las páginas hemos pasado por alto que sigue poniendo que es jardinero. Cambiamos de lugar actos y situaciones, líneas temporales. Algo que ocurre antes pasa a suceder después. Y en el proceso nos dejamos algún rastro de lo anteriormente escrito creando situaciones paradójicas o erróneas. Es lo que en el cine se conoce como errores de racord. Y aunque leamos y releamos decenas de veces, pasaremos por encima de muchos de esos errores sin advertirlos por una razón muy sencilla y evidente: nosotros, como autores, no necesitamos leer nuestros textos en su totalidad para entenderlos puesto que nosotros hemos sido sus creadores. Lo conocemos. Sabemos lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que pasará. Y esa circunstancia nos conduce, aún sin quererlo, a leer muchas veces entre líneas nuestros propios textos pasando por alto infinidad de matices erróneos.

De evitar todo eso se encarga el corrector de estilo.

A raíz de esta tesitura suelen surgir dos dilemas de compleja resolución. Uno, desde la perspectiva del autor, ¿cómo interpretar las indicaciones de un corrector de estilo? Bien es cierto que al tratarse de una labor que, en stricto senso, no es correctora puesto que lo apuntado en la mayor parte de las ocasiones no son errores sino posibles mejoras, las indicaciones de un corrector de estilo —acertadas en su mayor parte— deben ser tomadas como lo que son: sugerencia de cara a mejorar el estilo de un texto. Si nosotros, como autores de un texto, determinamos que por razones de musicalidad, coherencia o expresividad, la frase, el párrafo o la oración debe mantenerse tal y como la redactamos originalmente, en nosotros debe estar siempre la última palabra. ¡Ojo!, que esa circunstancia no ciegue nuestra vanidad tratando de hacer pasar por «peculiaridades estilísticas» flagrantes errores que no queremos admitir. Para descartar la sugerencia de un corrector de estilo debemos albergar motivos fundados y claros. Como ya he comentado, las sugerencias aportadas por los correctores de estilo son acertadas en su mayor parte.

El otro dilema es más difuso en su planteamiento pero no por ello menos presente en el ámbito real. Muchos autores defienden el erróneo postulado de que el corrector siempre actuará en detrimento de la esencia genuina de su obra y renegarán de su labor pero el impulso que los mueve a rechazar dicha ayuda es de otro cariz. El autor, en su fuero interno, no puede evitar ponerse en el lugar del lector y pensar: ¿Qué confianza pueden merecer los textos de alguien al que se le supone ampliamente dotado y versado en su cometido pero que necesita del apoyo de un profesional en teoría más cualificado que él para esa labor? Es el miedo a esa supuesta «mala prensa», unido a ciertas dosis de soberbia, la causa por la que muchos escritores nieguen y renieguen de las aportaciones de un corrector de estilo. Apreciación completamente errónea en mi modesta opinión. A veces es muy necesaria aplicar una cierta dosis de humildad y reconocer que, al margen de nuestra valía literaria, no somos infalibles y cometemos errores. Y como profesionales forma parte de nuestra obligación entregar al lector, destinatario último de nuestro trabajo, el mejor producto posible.

10 Comentarios

Blogger Maritornes dijo...

Estimadísimo Prometeo;
Como correctora (de estilo, de ortotipografía y de lo que se tercie) he de darle las gracias por este largo comentario de hoy. Efectivamente, la labor de los correctores suele ser mal entendida por los propios autores. Pocos o ninguno declaran abiertamente que sus obras pasan el filtro de un profesional, porque creen que eso diría muy poco en favor de sus dotes artísticas. Esto es así en el caso de buenos y afamados autores, que publican en grandes grupos y son, más o menos, conocidos por el gran público. Pero me gustaría comentarle que los correctores sí cumplimos a veces funciones de «reescritura», rozando la figura del tan denostado «negro» literario, debido a la proliferación de editoriales de auto o co-edición. La mayor parte de mis clientes son estas editoriales. Por suerte o por desgracia, no corrijo a ningún autor reconocido, y me topo siempre con obras de «noveles» que, en un altísimo porcentaje, rozan el analfabetismo. Y no lo digo como insulto o exageración, sino porque es así. Borro párrafos ininteligibles, desarrollo tramas truncadas, corrijo nombres de personajes históricos mal escritos (y esto sencillamente me parece simple y pura vagancia, porque no cuesta nada teclear Artajerjes en Google a ver si sale algo), etc. Y de la ortografía ni hablemos. Todo, porque el «escritor» ha pagado. Y desde mi humilde punto de vista como correctora, he de decir que con la literatura se está mercadeando como nunca antes se había hecho. Sé que ya se ha hablado en este blog (y en muchos sitios) del tema de la co-edición. Pero quizás los profanos no sean conscientes de lo que esto significa en última instancia: el que paga, publica. Cierto que su libro no irá muy lejos (faltaría más), pero la figura del escritor se está desvirtuando terriblemente. Puedo preciarme de ser casi autora (si exceptuamos la idea argumental) de varios libros que pululan por ahí. Así de claro lo digo, y así lo siento. Manipulé y cambié tanto las novelas, que quedaron irreconocibles (y por fin legibles). Pero ni uno solo de esos autores me ha pedido cuentas al respecto. ¿Por qué? Sencillamente porque en el fondo saben que su manuscrito original era una porquería.
Me encanta mi trabajo y no quiero escupir en la mano que me da de comer, pero quiero que se sepa que soy correctora y sí, también «negra».
Un abrazo y, por favor, no deje de escribir en este blog.

22/3/07 00:55  
Blogger Prometeo dijo...

Estimada Maritormes:

No dudo en absoluto de lo que usted me cuenta puesto que lo he visto con mis propios ojos y lo he vivido. La cuestión es que, en esta entrada, trataba de aclarar lo que un corrector de estilo debe ser y no a qué cuestiones se ve obligado por las circunstancias. Ese aspecto excede -por el momento- lo que yo pretendía explicar y matizar.

La circunstancia que usted comenta es, por desgracia, real. Muy real. Pero viene derivada por una situación viciada de raíz. Desde un punto de vista estrictamente formal, no es cometido del corrector de estilo el reescribir textos de autores -lo termine haciendo o no-. Pero, como ya he comentado en otras entradas, hay mucho editor desaprensivo al que lo único que le importa no es la calidad de los textos que publica sino la calidad -y la cantidad- del dinero que le ponen sobre la mesa. Y esa impostura provoca situaciones contra natura que quedan fuera del ámbito natural del proceso y para las que hay que adoptar una serie de soluciones que, formalmente, no son las pertinentes. Como, por ejemplo, las que usted comenta.

Un ejemplo. El proceso natural de publicación de una obra especifica –y no creo que a nadie le sorprenda razonarlo así- que si el texto es infumable jamás debería ser publicado. Hasta ahí, bien, pero ¿qué ocurre si, en la ecuación, introducimos variables que alteran el planteamiento y lo vician? Por ejemplo, textos catastróficos que no hay por donde cogerlos pero que se van a publicar de todas formas porque existe quién financie esa edición al margen de su calidad -analfabetos cuasi funcionales con ínfulas y dinero en los bolsillos-. Pues que hay que tomar soluciones que, en circunstancias normales, no deberían ser necesarias por encontrarse fuera de la naturaleza habitual del proceso. Por ejemplo, ver cómo correctores que, sin ser su cometido pero por prurito profesional y vergüenza torera, se ven obligados a reescribir textos enteros porque saben positivamente que, de una u otra manera, esa novela se va a terminar publicando y con su labor tratan de amortiguar el desastre en la medida de lo posible.

Créame, querida Maritormes. Sé de lo que me está hablando. Pero eso que comentamos no se parece al respetuoso concepto que deberíamos tener un corrector de estilo. Ni a su cometido nominal. Eso es otra cosa.

Un cordial saludo,
Prometeo

22/3/07 09:45  
Anonymous Anónimo dijo...

Enhorabuena por esta entrada, me ha encantado.

22/3/07 15:39  
Blogger Lara dijo...

¿Compartimos profesión? Eso parece. Poca gente sabe de los ojos achinados tras horas de delicadeza con el bolígrafo rojo. Ya sabemos que los traductores lo tienen muy difícil en esta miseria de mundo paginado, pero los correctores, por lo que parece, apenas llegamos a "ser".
Entro aquí por las casualidades del botón "pincha aquí", pero me llevo una satisfacción. Gracias. Encantada de compartir.

23/3/07 15:33  
Anonymous Anónimo dijo...

Saludos, Prometeo, me alegra verle de nuevo en plena forma.

A las amables correctoras-traductoras: ¿Cuál ha sido su formación y, a grandes rasgos y si les place, a través de qué peripecia llegaron a ejercer profesionalmente ese trabajo?

Saludos incondicionales.

27/3/07 14:15  
Anonymous Anónimo dijo...

Y dos:

Un recordatorio, Prometeo:

La creación literaria. Raíces, pasión, mecánica, esfuerzo, sinsabores, dudas y/o certezas, hábitos saludables, manías, relecturas, correcciones...; no es un guión, creo que se entiende, sino una ristra de palabras a ver si le sugieren algo que contarnos sobre el asunto.

27/3/07 14:31  
Blogger Maritornes dijo...

Querido anónimo uno:
Mi formación es clásica y predecible. Licenciatura en Filología Románica, después un breve curso de Corrección Profesional en una academia privada (por el momento la enseñanza pública no tiene ni idea de que existen correctores), y un Curso de Postgrado de «Desarrollo de proyectos editoriales».
En cuanto a las peripecias laborales, he de decir que lo mío ha sido un año entero de llamar a puertas a golpe de curriculum sin desfallecer. Así, a pelo, sin recomendaciones. Fueron saliendo clientes lentamente. Unas prácticas no remuneradas en una prestigiosa editorial, realizadas como colofón del curso de postgrado, me abrieron otra puerta (ahora esta editorial es una de mis clientes). Estuve asalariada durante tres meses en una editorial infumable, pero sin lugar a dudas prefiero mi situación actual de «jefa de mí misma». Resumiendo: un poco de todo, mucho tesón y cabezonería.
No sé si estas breves pinceladas habrán resuelto sus dudas. En cualquier caso, siempre puede visitarme y conocer un poco más sobre mí y mi trabajo (más bien este último; mi vida no es fascinante).
Abrazos varios.

27/3/07 18:59  
Blogger Prometeo dijo...

No lo echo en olvido, estimado asiduo anónimo uno, aunque se salga un poco de las premisas de este blog -en el que prefiero tratar cuestiones editoriales a literarias-. En cualquier caso, como le comento, lo tengo en mente.

Por cierto, me alegra mucho comprobar que, además de las nuevas incorporaciones, la vieja guardia continua por aquí, ojo avizor.

Un saludo,
Prometeo

28/3/07 17:46  
Anonymous Anónimo dijo...

Sí, vale, Prometeo, lo entiendo. Y lo entendería mejor si estuviera ya en esa fase de las preocupaciones editoriales (ja,ja,ja). Quiero decir que primero habrá que escribir algo.

Maritornes: un placer leer sus comentarios, aquí y en su blog, que me ha gustado visitar. Traslado su experiencia e impresiones a una persona de mi entorno por cuyo interés lo preguntaba. Gracias.

29/3/07 13:19  
Anonymous Anónimo dijo...

Hola:
Impreganada mi mente de todo lo expuesto, yo, únicamente les diría a todos los que se acercan a esta página, lean mi primera obra literaria ¡¡¡ALTO!!! SONRIA ¡¡GUARDIA CIVIL!!, que es la monda lironda.
Recurro a lo que dice Prometeo en cuanto a escritores noveles que no tiene un "duro", para hacerse la promoción correspondiente.
He de significar que lo pasareís bomba leyendo mi obra.Tengo contratada otra segunda obra que saldrá aproximadamente en Noviembre y es de un tema , que a su debido tiempo expondré. Y caminando un poco más, os diré que estoy en ciernes de finiquitar otra en la que doy más palos que los que se le pueden atizar a un pulpo, para reblandecerlo.A su debido tiempo os enterareis así como las grandes editoriales...que hacen ascos de los autores primerizos imbuidos de la pela en el más extricto sentido de la palabra, aunque los "escribientes" deleznables y esótericos con que "juegan" en el Ibex-35, sean peccata minuta y no lleguen por ejemplo a rebasar el tacón del zapato de Artuto Pérez Reverte. Pero ya os enterareís de mi novela y buscareís el morbo, como se busca por ejemplo en El Código da Vinci o La hernandad de la Sábana Santa. Perdonad la precipitación en el escrito pero es que soy así ...muy nervioso y las palabras fluyen en mi cerebro antes que que pueda escribir mis primigenios pensamientos. A todos un abrazo. Nos vemos amigos
Espronceda II
Aprovecho, para demandaros,¿ qué Editorial es la propicia para esta mi tercera obra.. qué editorial esté dispuesta a combatir a estas otras editoriales que publicitan tanta enmerdada literaria y qúe editoriales existen independientes del poder establecido, para que sin trabas mi tercera obra, pueda dar al traste con Plaza & Janes por ejemplo y otras de esa condición .Abur

29/7/07 13:24  

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