Miserias Literarias

Desgranando el agusanado mundillo editorial

01 diciembre 2006

Consultorio literario (VI)

¿Qué título académico debería poseer un crítico literario? (Al fin y al cabo, sólo un médico puede recetar, ¿no?).

¿Y un escritor para poder escribir? Siempre me he considerado un férreo detractor de la tan traída y llevada titulitis lo cual no quiere decir que dé por bueno el que cualquier indocumentado esté en condiciones de ejercer una determinada profesión. Pero no es menos cierto que no sólo el academicismo dota de las condiciones necesarias para desempeñar una determinada tarea con solvencia. Los valores exigibles un crítico literario no son cuantificables en base a unos estudios determinados. Aún teniendo en cuenta lo que tiene de subjetivo el ejercicio de la crítica —condición inherente al propio acto de juzgar—, un buen crítico, ante todo, debe ser honesto, analítico, independiente, imparcial y, obviamente, exquisitamente versado en la materia que critica. Salvo la última de ellas, el resto de cualidades no pueden enseñarse. Se aprenden y se cultivan.

¿Cuando inicias una novela ya sabes lo que quieres contar o te dejas guiar por los personajes y sus historias? Esto es algo que me interesa mucho porque no sé si he perdido la inspiración o me han abandonado mis "personajes".

Dice el saber popular que «cada maestrillo tiene su librillo». No hay un patrón exacto a la hora de narrar una historia. Unos prefieren ser metódicos y esquematizar todo lo que van a contar antes de empezar a hacerlo y otros prefieren partir de una idea base, un pálpito, una impresión y dejar que el texto fluya mientras lo escriben. Cada método tiene sus ventajas y desventajas y todos son adecuados en tanto en cuanto cumplen su cometido. En mi caso, yo prefiero partir de una idea base, esquematizarla en la cabeza hasta que tengo claro de donde parto, por donde paso y a donde quiero llegar —no escribo una sola línea hasta que no sé cómo va a acabar mi historia— y una vez montado ese esquema, me pongo a escribir sin encorsetarme en ideas preconcebidas, dejando que fluya el carácter de la narración. Es curioso —y gratificante— el descubrir cómo «se te rebelan los personajes». Cómo alguien que participa en tu historia desde una perspectiva secundaria, de pronto cobra interés, despierta tus simpatías y termina siendo una pieza clave de tu narración. Forma parte de lo que tiene de juego el placer de escribir.

Qué es más fácil de escribir ¿cuentos o novelas?

En principio puede parecer más sencilla la escritura de cuentos ya que el esfuerzo para desarrollar la historia aparenta ser más breve. Pero sólo es apariencia. Un buen cuento requiere de una serie de habilidades muy particulares que, en mi modesta opinión, no están al alcance de cualquiera. El terreno en el que se mueve un cuento es mucho más condensado, mucho más reducido. La capacidad de síntesis necesaria para contar una buena historia —y hacerlo bien— en cinco o diez páginas es agotadora. En la novela tienes un margen de maniobra mucho más amplio. Si cometes un error argumental en una novela, tienes doscientas páginas para subsanarlo —o disimularlo—. Si cometes un error argumental en diez páginas, arruinas la historia. Escribir un cuento es como tratar de hacer salto de longitud disponiendo de un espacio mínimo para coger carrerilla. Hay que ser muy bueno para hacerlo bien.

¿Cuándo se está seguro de que una novela está terminada?

Nunca. Una novela puede estar completa pero nunca estará terminada. Cualquier texto siempre es mejorable. Hasta el más perfecto de ellos. A lo máximo que se puede aspirar es a completarla de la forma más digna posible. Yo he leído textos míos, ya editados, a los que me han dado ganas de darle un nuevo giro a pesar de que el resultado me pareció bueno cuando lo entregué a la editorial. Esa es una de las maldiciones del escritor y, sobre todo, del escritor perfeccionista. Todo es mejorable. Siempre.

¿Cuál es el último chanchullo editorial del que se ha enterado?

El último del que tengo constancia es el eterno chanchullo, el chanchullo por antonomasia: el Premio Planeta. Al menos, en esta edición, han tenido la decencia de ofrecérselo a un escritor de reconocida trayectoria y prestigio pero de indudable buen hacer. No he leído aún lo último de Pombo pero, por lo anteriormente escrito por él, no me cabe duda que tendrá un mínimo nivel de calidad literaria. Otra cuestión aparte es que Planeta siga traicionando el espíritu de los certámenes literarios, montando el circo mediático que monta y solicitando la colaboración de candidos escritores que entregan esperanzados sus manuscritos pero que la única oportunidad que tendrán será la de ejercer de perfecta comparsa.